
Confinar la algarabía: relatos de niños durante el coronavirus
Por: Julio Castro
La covid-19 tiene su primera velita en un pastel de cumpleaños que nadie quiere probar, ha cumplido su primer aniversario y apenas ahora podemos entender algunas cosas sobre el virus, sabemos algo más sobre los efectos de la enfermedad y el impacto que ha producido a nivel mundial, pero aún nos estamos adaptando a vivir en medio de una pandemia. Particularmente, me ha inquietado cómo el cambio en el estilo de vida que implica el virus ha impactado a la población infantil. En los inicios de la pandemia pude percibir algo que me llamó la atención, mis vecinos, niños y niñas entre 6 y 14 años, se asomaban a la ventana constantemente, sus rostros, a veces curiosos, a veces aburridos, a veces ausentes, pasaron a formar parte del nuevo paisaje de las cuadras vacías de un barrio periférico de Bogotá. En las tardes se escuchaban peleas entre padres e hijos y entre hermanos, regaños por saltar por las escaleras, por botar aviones de papel hacia la calle o incluso por demorarse un poco más haciendo el mandado, eran algunos de los sonidos recurrentes de la cuarentena. La pregunta por los impactos emocionales de estos niños debido a los encierros prolongados era latente, fueron días intensos. A medida que avanzaban las primeras cuarentenas, algunos de los lazos que teníamos en la presencialidad regresaron transformados como amigos de la virtualidad, con quienes compartíamos conversaciones por WhatsApp o por Facebook, este fue el caso de Leander, Dylan y Brandon, tres hermanos a quienes conocí en una biblioteca comunitaria, con quienes compartíamos onces y videojuegos antes de la pandemia, y que estaban atravesando por estrés emocional en el encierro, ellos y su mamá Flor.
Confinar la algarabía: relatos de niños durante el coronavirus
Autor: Julio Castro
Lugar: Bogotá, Colombia
Duración: 14:16 minutos
Fecha de realización: Abril de 2021
Conocí a los hermanos Torres González hace dos años en un contexto muy diferente, una biblioteca comunitaria donde realizaba talleres audiovisuales para niños. Ellos eran parte del grupo y resaltaban por ser muy activos, su mamá, Flor González, los llevaba a taekwondo, iban a jugar fútbol y después de un día deportivo terminaban con actividades en la biblioteca. La cercanía de nuestras casas nos permitió establecer una relación con la familia, ellos pasaban a visitarme y nos encontrábamos varias veces en el barrio. En los inicios de la pandemia se mudaron a un barrio más lejano, sin embargo, permanecimos en contacto con ellos porque, además de ser amigos, son una fuente inagotable de inspiración audiovisual. Eventualmente, Flor nos pedía, a mi compañera y a mí, apoyos para las tareas, y en medio de este intercambio de mensajes de WhatsApp supe que se sentían frustrados, estresados y que las peleas escalaban entre ellos. Le propuse a Flor que me dejara registrar la cotidianidad de los niños y estuvo dispuesta a colaborar, hubo empatía con la idea de documentar lo que vivían debido a que conversando encontramos que entre las anécdotas de ellos y las de mis vecinos (los niños ventana) se podía observar una constante: el encierro prolongado afectó culturalmente sus hábitos sociales y las consecuencias se evidenciaban en el comportamiento condicionado por el estrés del confinamiento.
Los hermanos Torres González viven en un barrio de la localidad de San Cristóbal llamado Ramajal, habitan uno de los apartamentos de una pensión de estrato 2, ubicada justo en la cima de una colina de cemento, es una casa grande con una vista envidiable. Me he acostumbrado a verlos varias veces en pijama, entre otras razones, porque los horarios han alterado los hábitos de los niños. En la primera visita que realicé para la investigación que dio origen a esta crónica encontré a los niños haciendo sus deberes, acompañé a Dylan de 9 años a la tienda, en el trayecto me confesó que siempre se ofrece para hacer los mandados; Leander de 14 años y Brandon de 12 tuvieron clases virtuales y se dispusieron a realizar las tareas del día. Flor les organiza una rutina diaria que incluye barrer, lavar trastes y cuidar a su hermanita de 2 años llamada Eylin. Cuando descansan ven la televisión, justo el canal que dejan es Cartoon Network, aunque el televisor siempre está encendido, incluso cuando hacen otras actividades. Hay momentos muy tensos entre ellos, varias discusiones y muchos regaños de la mamá. He notado que la evasión ante las discusiones es un problema, pues Brandon y Dylan pasan mucho tiempo en el celular, y no se ocupan de solucionar los desacuerdos que surgen entre ellos, solo se quedan absortos ante la pantalla, aunque sientan mucha rabia o tristeza. En contraste con esto, Leander, el hermano mayor, ha generado toda una disciplina para estar en la casa, practica artes marciales, se entrena para ser igual de fuerte a Bruce Lee, al punto de imitar paso a paso su rutina de entrenamiento.
Lo que observé durante la investigación es que los niños se han adaptado a este estilo de vida, emocionalmente uno puede comprender que es complejo estar en la casa todo el tiempo y durante la sesión de fotos vi en muchas ocasiones una expresión de tedio porque su mamá constantemente les está exigiendo sus deberes caseros y escolares. Sin embargo, los niños Torres González se están adaptando a la rutina de la pandemia con el rigor que implica estar en la casa la mayor parte del tiempo, en mi investigación me encontré con una niñez que ya estaba preparada para el cambio por el acceso y la interacción desde temprana edad con entornos virtuales (redes sociales, videojuegos, etc.). De aquí que la rutina de Leander resulte muy interesante, porque a pesar de sufrir por querer pasar mucho más tiempo en su celular, intenta a través del movimiento configurar su cuerpo y su imaginación, durante mi visita, la iniciativa de entrenar del hermano mayor motivó a sus hermanos, por un momento, a jugar a los pokemones, lanzándose pelotas de plástico y corriendo en el patio de la pensión donde viven.