
Un encuentro cercano con la incertidumbre
Por: Gabriela Vega Moreno
Historias de encierro entre el encierro
El silencio inunda. Las calles vacías, los árboles meciéndose suavemente, el sol bañando el asfalto, sin llegar a tocar ninguna piel. Adentro, la angustia. Afuera, la paz. La humanidad escondida… Y el mundo respira.
Me gusta saber que el planeta se reajusta sin nosotros pues hemos sido muy desagradecidos con lo que se nos ha dado, creyéndonos más cuando en realidad somos menos, por no vivir en armonía. Somos la única especie que se va a acabar por causa propia y a sabiendas: el egoísmo, la codicia, la ignorancia y la arrogancia han firmado por nosotros nuestra sentencia. Espero que cuando todo pase, tengamos algo más de sensatez y hagamos todo lo que está a nuestro alcance para devolverle al planeta, nuestra casa, lo que le hemos quitado.
Tal vez es esa falta de consciencia de no saber que en realidad siempre hemos vivido confinados en este mundo, sin posibilidad de migrar a ningún otro, la que nos hace sentir claustrofobia en nuestras madrigueras de concreto. Si lo miráramos así, podríamos sobrellevar más fácilmente este encierro que parece carcomernos a todos, y que de hecho sí consume a aquellos que no tienen la buena fortuna de tener un techo, un plato de comida. Qué insensibilidad la que permea esta humanidad.
Un encuentro cercano con la incertidumbre
Gabriela Vega Moreno
Bogotá
15:27
Marzo - Abril - Mayo de 2021
Pero no todo es calamidad y no todo está perdido, porque mientras afuera el planeta aprovecha para respirar y renovarse, adentro el arte inunda nuestras pantallas -nuevas ventanas de la realidad-. Los artistas se unen en música, imágenes e historia, para acompañar a quienes están solos, calentar corazones helados por el miedo, y dar caricias, risas y amor. Si el arte nace gracias a nuestra sensibilidad, ¿qué han sentido aquellos del otro lado de la pantalla?
Emprendo una búsqueda en la mente y el corazón de mis artistas más cercanos, pues me aterra pensar en un mundo sin arte, pues con tanta dificultad que hay alrededor de esta profesión, qué tal que la próxima pandemia que haya sea una en la que el arte desaparece porque no lo apreciamos como debíamos. Entonces, me sumerjo en vidas y vivencias ajenas, buscando entender cómo un espíritu de arte sobreviene algo tan estrambótico como un encierro de meses.
Federico
Mi camino se cruzó con el de Federico en el momento más inesperado; él es un humano poco común. Tuvimos la fortuna de encontrarnos y de pronto parecía que no nos podríamos soltar. Él se siente muchas veces como un polo a tierra en este enorme tren de pensamientos y ensoñaciones que es mi cabeza. Separarnos súbitamente fue doloroso y angustiante, él tan compañero mío y yo tan habituada a él, que no me imaginaba en una situación así: de pronto lejos, de pronto solos, sin saber cuándo o cómo escapar para vernos.
¿Qué sentía, lejos de mí? ¿Qué efecto tuvo en él ese tiempo de soledad, autocompañía y de reflexión?
Diego y Carolina
Me interesa también que haya una historia de amor (aunque no quiere decir que las otras no lo sean), pues mi primo y su pareja acababan de mudarse a vivir juntos cuando les tocó la cuarentena. Pienso en su casa y me la imagino toda sonrisas, con angustia del cómo hacer, pero con la seguridad de que el estar juntos y unidos todo lo puede. Construir la base mientras el mundo está en pausa debe ser algo vigorizante, en medio del caos y la angustia general. Todo sumado al crecimiento exponencial que, paradójicamente, tuvo el taller de cerámica de Carolina. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Qué retos hubo que no se imaginaron tener que enfrentar?
Las últimas son historias que no están conectadas entre sí, y de las que conozco menos, pero que me intrigan igual que las anteriores.
Laura
Laura había llegado a Nueva York hacía unos meses, con la ilusión de construir una vida allá. Llena de sueños y miedos, dejó Colombia y llegó a lo más frío del invierno, con dos opciones en las manos: hacer los cimientos de lo que sería su vida, o coquetear con un sueño que podría no ser. Terminó abruptamente en uno de los últimos vuelos que recibió el aeropuerto El Dorado, y con un encierro aún mayor, dentro de su habitación para proteger a su familia. Un año después resulta extraño pensar en ese momento de angustia y carrera contra el tiempo, pues pareciera que hubiera regresado a Bogotá mucho antes. Una historia del caos mundial en primera fila.
Pablo
Pablo se enfrentaba con la posibilidad de perder un proyecto de vida dedicado al contacto humano, el acroyoga. Aún hoy, no existe una solución para lo que por años construyó desde cero, no se evapore. Además, debió enfrentarse a la educación tiempo completo de su hijita de tres años. Un retrato de lo que para muchos fue la cuarentena.