
El Pescador
Por: Jaime Alberto Arnache Ovalle
El Llanito, es uno de los seis corregimientos que constituyen la zona rural del municipio de Barrancabermeja, Santander. Es reconocido por una pesa tradicional y artesanal, así como también por ser un territorio de mitos y leyendas, relacionados con ciénaga que lleva el mismo nombre. El centro poblado es pequeño y se encuentra a orillas de la ciénaga, que constituye un punto de turismo gastronómico y natural. Pero el atractivo está más allá de ese punto y se adentra por la gran extensión de ciénaga y humedales de rica biodiversidad, que de cuando en vez es recorrida por algunos visitantes que buscan más contacto con el entorno, más aventura. El poblado es tranquilo y la vida se mueve al ritmo de los cambios de nivel de la ciénaga, los días festivos en los que se incrementa la presencia de foráneos y la actividad comercial generada por la pesca. Es un ambiente en que el por momentos se olvida que este territorio, como gran parte de los que constituyen el Magdalena Medio, constituyen parte del enclave petrolero más antiguo de Colombia y que se comprende cuando se observa en el recorrido por carretera el tendido de tuberías, los machines y otras evidencias de la industria que hacen parte del paisaje.
Título del proyecto El Pescador
Autor Jaime alberto Arnache Ovalle
Lugar Corregimiento el Llanito, Barrancabermeja, Santander
Duración 17:10minutos
Fecha de realización 22 de Octubre 2020
Hace dos o tres décadas atrás, esta tranquilidad no existía en el territorio. Barrancabermeja y sus corregimientos fueron asolados por el conflicto armado, una lucha territorial que se agravó con la incursión paramilitar, que generó el desplazamiento masivo y una incertidumbre permanente por los hechos de violencia contra la población. Debido a las relaciones entre la comunidad y la industria petrolera se generaban reclamos por derechos laborales, lo que puso en la mira de los grupos a los líderes del corregimiento, muchos fueron asesinados y otros desaparecidos por exigir sus derechos.
Así fue como llegaron los padres de Carlos Huber Gamarra, al corregimiento en el año de 1972, huyendo de la violencia. Tenía tan solo 7 años cuando arribaron de Chilloa, en el departamento de Bolívar, población cercana al Banco, en el departamento del Magdalena, en busca de un lugar donde poder proteger a su familia. El padre pescador rápidamente se adaptó al entorno, convirtiéndose en uno de las referencias del territorio. Huber ayudaba al padre después del colegio y los fines de semana luego de terminar sus estudios. Se enamoró del dinero que daba la pesca y prefería esta actividad a estudiar. El padre, le dejo saber su opinión un día en que salieron en la madrugada a pescar. Mientras dejaban puestos los anzuelos para el bagre le habló sin mirarlo. Le dijo que si no quería estudiar, le tocaría pescar para pagarse sus cosas, ya que él no tenía por qué mantener a vagos. Huber sin titubear le contestó en tono alegre: “Vale papá, ¡Va pa´ esa!”. En el colegio estuvo hasta los 12 años. De ahí en adelante se convirtió un apoyo económico más en la casa. Aprendiz de su padre, aprendió el arte de la pesca, recibiendo el legado que se ha transmitido por tres generaciones en su familia, saberes producto de la experiencia adquirida de una larga relación con las ciénagas y los ríos.
Como todo en la vida, hay altos y bajos. Épocas de sequía, épocas de subienda, época de inundaciones… y fuera de la ciénaga época de violencia y época de pandemia… Y esta última es como dice el adagio popular “La gota que derramó la copa”, que amenaza acabar con la tradición pesquera de una familia. La pandemia que cambió la vida de todos los seres humanos alcanzó a los pescadores de este territorio. La pesca como actividad artesanal que sobrevivió a la violencia generada por el conflicto armado no se repone del coletazo de esta crisis generada por la covid 19. Los pescadores cuya vida se encuentra en la vida de la ciénaga se alejan de su elemento y se ven obligados a realizar otras actividades para llevar el sustento a su familia.
Alrededor de la ciénaga ya no se ven los turistas y la economía está paralizada. Huber como muchos se vio en la necesidad de emplearse en otros oficios, como vigilante, primero cubriendo un puesto de vacaciones ahora como como obrero en una empresa contratista. Como él varios pescadores del territorio han abandonado sus canoas y sus atarrayas y buscan la vinculación a actividades del renglón secundario de la economía petrolera, lo que amenaza con un quiebre esta actividad artesanal. Hoy a sus 54 años, Uber piensa que es probable que no regrese a la pesca, sus días de salir en su canoa a recorrer la ciénaga están terminados. Sus hijos aprendieron lo básico de la pesca, pero no abandonaron los estudios se han ido vinculando a empresas contratistas y con ello la tradición no continuará.
No hay mucho que decir, estos nuevos tiempos de pandemia y una visión de nuevas formas de vida han roto la posibilidad de dar continuidad a la transferencia de conocimiento que mantenía la tradición de la pesca artesanal en su familia. Uber es consciente de ello y no se lamenta. Su nuevo trabajo le aleja de las arduas jornadas de pesca, de un esfuerzo físico que le pesa a medida que envejece. La competencia de los criaderos también han sido una de las razones por las cuales prefiere abandonar la pesca, sabe que el mercado es difícil para el pescador independiente. No hay mucho por hacer por las viejas tradiciones en un territorio donde la mano de obra no calificada del sector de servicios de la industria petrolera es una opción de ingresos estable.Las condiciones de contaminación y la escasez de pesca ya no serán su preocupación. Como lo es lograr mantenerse en un puesto de alta rotación, por el que compiten muchos líderes que deben negociar la cuota de empleo local para la comunidad que abandona lentamente la pesca y agricultura por empleos más o menos seguros. Es un riesgo que correr. Manejar las relaciones con los líderes y asegurarse quedar siempre en los sorteos y mantener un puesto temporal, que garantice un ingreso formal a las familias. La nueva tradición es que los hijos se eduquen para mantenerse en el sistema.
Ante esta situación cabe preguntarse ¿Esto es el desarrollo? A medida que ocurre un cambio en la actividad ocupacional en personas como Huber y sus hijos se va perdiendo la vinculación del hombre con el campo. Tradiciones que seguramente son mucho más profundas que tres generaciones, abarcan toda una historia de un territorio que se transforma y afecta la cultura se desaparecen conocimientos que no alcanzaron a ser registrados ni estudiados, de los que seguramente se podría tener un aprendizaje para las generaciones futuras, en la relación del hombre con la naturaleza. Las atarrayas y las canoas abandonadas a orillas de la ciénaga parecen pequeños rastros de su existencia. Tal vez el registro etnográfico pueda ser una forma de conservación, pero más allá de su traslado a la sala aséptica de un museo se requiere una reconexión entre el poblador y su entorno, que sin perder esas nuevas formas de economía mantenga las tradiciones con su valor, que le devuelva la dignidad a una actividad que es parte de la identidad de un territorio y que sirve para reconocer a las personas como parte de una cultura.