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Una huerta casera

Funza es un municipio de Cundinamarca que se encuentra ubicado en la provincia de sabana occidente, a 15 kilómetros de Bogotá, presenta una característica especial que es su suelo plano   bien drenado. A partir de los 40 a 50 cm de profundidad se puede hallar agua o humedad hasta en temporadas secas; porque además cuenta con un sistema de humedales los cuales son el sistema hídrico superficial del municipio; esto hace que su suelo sea muy especial para una agricultura moderada.

Con el transcurrir de los años este municipio ha crecido tanto que no es esa villa con vocación agricultora, ni de historias de caciques importantes como el Zaquesazipa, o de falsos marqueses, o por ser la capital muisca de Cundinamarca llamada Bacatá, o por ser el alojamiento de Simón Bolívar, sino que es un municipio lleno de actividad comercial, de industrias y zonas francas, un municipio que incrementó su población, lo cual produjo un auge desmesurado de empresas constructoras, las cuales han adquirido  muchas áreas que se utilizaban en la agricultura.

Por lo tanto, un proyecto para realizar una huerta casera, que pretende rescatar una actividad ancestral sensibilizadora, frente a la utilización de tierras para otros fines, contraria a esa actitud industrial y urbanística que nos está dejando sin alimentos, puede ser objeto de investigación etnográfica, dentro del marco “somos lo que comemos”. 

Título: Documental
Realizador: Rocío Velásquez 
Duración: 16:49
Lugar: Funza, Cundinamarca
Año: 2018

Crónica fotográfica

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CRÓNICA

¿Cómo poder dejar de sentir esa nostalgia y ese amor por la naturaleza cuando se llega a cierta edad?  ¿y cómo no entender a nuestros abuelos, a quienes criticábamos cuando decían que los tiempos pasados eran mejores?

Ahora los comprendo y veo la diferencia entre esa infancia cuando subían mis hermanos mayores a los árboles de cerezo y bajaban los racimos atarugándose de aquellos dulces, negros y jugosos frutos. Sus caras radiantes de alegría se sonreían por alcanzar tan preciados tesoros, mientras que los niños de hoy no saben, ni sabrán que la felicidad se puede hallar en un instante y puede ser cosechando y degustando un fruto de la tierra.

Funza un municipio de tierras fértiles, donde se han perdido los solares de las casas viejas, y las mismas casas viejas, para convertirse en torres de minúsculos apartamentos, con nombres como villa, alameda, el bosque, el trébol, el lago, que lo único natural que tienen son diminutos jardines compartidos y muros con lonas negras para realizar jardines verticales, que solo se pueden ver a la distancia, para simular verdes paisajes que quizá muchos vimos y vivimos en la infancia.

Construcciones de concreto que no dicen nada y en cuyos resquicios alguna planta lucha por surgir, como surgen las historias de las personas que he conocido durante estos últimos años que llevo viviendo en Funza; historias como: “mi hija no conoce el árbol de cereza, ella solo conoce las que venden en frasco, las cerezas marrasquino” o historias de grandes cosechas de frutos y cereales como la cebada, trigo y maíz, de las cuales solo queda la historia nostálgica que guardan ellos en su memoria.

Por circunstancias de la vida vivo en un sitio lleno de naturaleza, inmerso en el cemento, en ese monstruo de la construcción que cada día se traga las tierras fértiles, engulléndolas con afán por el dinero, más que por el bienestar de las personas.

Un oasis en medio del desierto, un lugar donde los pájaros encuentran algunos árboles para refugiarse y entonar sus dulces trinos, que hacen vibrar mi espíritu natural y sensible.

Luego de una forma inesperada, mi salud hace que tenga limitaciones de movimiento y me obliga a permanecer en casa, pero en el curso de antropología visual, se me pide desarrollar la investigación etnográfica con el tema “somos lo que comemos”, una difícil tarea cuando se está enfermo y por algún tiempo no se puede salir a caminar fácilmente, sin embargo, la vida me puso en este lugar donde existió una huerta que con mi esposo y algunos amigos planeábamos reactivar.

Amigos que Funza nos ha presentado por diferentes caminos, Héctor un hombre mayor que pasa los setenta años, ingeniero civil,  pero que gusta de la cocina, y a quien conocimos en un taller de literatura, Blanca Bolívar una mujer ama de casa, ella proviene  del municipio de Cajicá y la conocí en un taller de tejido, La señora Mariela una invitada a este proyecto  por nuestra amiga Carmen Castro, a Carmen la conocimos como funcionaria de la biblioteca del municipio, Carlos Juyó un participante del club de lectura que lideramos junto con mi esposo, su  hija Aimee Juyó de ocho años, Laura Gonzales participante del club de lectura, una joven estudiante a quien le encanta escribir y Roberto Velandia mi esposo, quien dirige las actividades de la huerta y me apoya en todos los proyectos.

Es así como surge la idea de realizar la investigación a través del proyecto huerta, el cual fue revisado por la tutora Uliana quien solidariamente me permite desarrollarlo, no sin antes advertirme los riesgos de éste.

Una huerta casera no es solo un espacio donde se siembran hortalizas; una huerta casera es un espacio y un momento donde las personas interactúan, donde se pueden generar relaciones que pueden semejar un clan, donde afloran emociones, donde se intercambian historias, donde se puede advertir en ellos las destrezas al usar las herramientas, donde se puede ver la complicidad de las sonrisas, donde se puede evidenciar el contacto con la madre tierra, a la que aman y respetan nuestros hermanos mayores , los indígenas, donde se puede ver cómo los más jóvenes descubren, se sorprenden y emocionan con la magia de una semilla germinada, o  de un pequeño caracol, o del crecimiento de plantas y frutos. Un lugar donde se puede ver a los adultos compartiendo sus anécdotas y ver como el aroma de las plantas aromáticas, les hace cerrar los ojos y evocar momentos de sus vidas. Ver como las personas sonríen al cosechar, o registrarlos cansados pero llenos de satisfacción.

Tal vez la observación de lo que suceda me lleve a descubrir otros hechos, y quizá no sean como los imagino. Sin embargo, en este momento me ha permitido observar variados aspectos, me ha obligado a realizar el ejercicio de permanecer neutral obedeciendo a la mirada etnográfica, he logrado mejorar un poco mi salud, y siento que la investigación será un ejercicio exitoso.

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