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Manos y rostros que comunican
En esta investigación observamos y registramos el entorno en que deja volar su imaginación un artesano sordo llamado Abelardo Parra, usuario de una mezcla de lengua de señas colombiana, lengua de señas americana, algo de "oralidad" en español y unos códigos que él mismo ha creado para comunicarse. Abelardo ha podido vivir del arte de la talla en madera, aunque con mucho esfuerzo, y su taller es su mayor tesoro, en donde explora todos sus conocimientos y vivencias adquiridas que, según él, son estos los que lo inspiran al momento de crear sus esculturas.
Seguimos adicionalmente a Tina Samper, una artista sorda usuaria en su mayoría de la lengua oral, con una mezcla de lengua de señas americana. Ella, es una persona que ha viajado por el mundo y ha tenido la oportunidad de adquirir sus conocimientos artísticos en prestigiosas universidades. Tina es una gran pintora de arte abstracto, que se ha especializado en la acuarela, siendo por estas que se le han otorgados varios premios y ha exhibido sus obras en distintos países hasta la actualidad.
Los criterios encontrados de estos dos personajes los matizamos con las percepciones de tres personas conocedoras del medio artístico contemporáneo.
Nos encontramos con varias dificultades para este rodaje. Primeramente, la diversidad lingüística entre los encuestados, y por otro lado, encontrarnos con historias de vida tan distintas, lo que ha llevado a que los protagonistas tengan visiones tan contrarias a las del otro, lo que en algunos momentos nos generó un conflicto personal, debido a lo que particularmente creemos y vemos de la comunidad sorda colombiana. Sin embargo, inmersos en el rol como investigadores de este tema, mantuvimos a un lado opiniones personales y tratamos de ser neutrales en los diálogos para dar la confianza de que expresaran su verdadero sentir.
Título: Manos y rostros que comunican
Realizadores: Carlos Arturo Patiño y Laura Viviana Velandia
Duración: 16:08
Lugar: Bogotá D.C.
Año: 2019
Vídeo con interpretación en lengua de señas
Narración etnográfica
Los cerros orientales se vestían de bruma gris y amenazantes nubes de lluvia me lanzaban gruesas y dispersas gotas de advertencia al momento de llegar a la portería del conjunto residencial donde vive la artista Tina Samper, en el barrio Polo Club, del norte de Bogotá. El portero ni siquiera hizo el esfuerzo de llamar a dar aviso, sino que nos hizo seguir inmediatamente, como si ya Tina le hubiera avisado sobre nuestra inminente llegada. Pero también esto me hizo recordar que en mi apartamento a veces tocaban el timbre de la puerta y al abrir, allí estaba un sordo sonriente que llegaba a visitar. El portero simplemente le había permitido ingresar, solo por el hecho de ser sordo. Quizás, prefería no complicarse la vida tratando de entenderle, así que es como si solo pensara “es sordo, no va a pasar nada”. En este caso fue inverso: íbamos a buscar a una sorda, así que igual “no va a pasar nada”.
Ascendimos por las espaciosas escaleras hasta el tercer piso. Edificios estos de más de treinta años de construidos que todavía tenían escaleras con remates en hermosa madera pulida y pasillos iluminados por grandes ventanas laterales que permiten ver árboles y no se echan de menos los ascensores.
Pude escuchar el sonido del timbre al apretar el botón al lado de su puerta. Por un momento me pregunté si también tenía conectado un bombillo a este timbre. Esto lo suelen hacer en las casas de los sordos. Al apretar el botón del timbre, se enciende la luz en un instante y el sordo sabe que alguien está en la puerta. Sin embargo, mi acompañante también le escribió un mensaje en el Wathsapp avisándole que estábamos allí. Unos segundos después, Tina nos abría las puertas de su casa y taller acompañada de una luminosa sonrisa de bienvenida en su rostro. Nos recibió con un afectuoso abrazo y nos hizo seguir.
Atravesamos un mini vestíbulo con piso en madera, con un mueble a la derecha que soportaba algunos libros; de esos libros que alguna vez fueron importantes pero que ya no lo son, aunque se conservan por afecto. También algunos adornos que están obligados a reposar sobre algún mueble, pero que nadie echaría de menos si se perdieran alguna vez y, además, una especie de tapiz que cuelga de la pared. Al llegar a la otrora sala, el piso de madera continuaba, pero estaba cubierto de un grueso plástico. A partir de allí empieza “el caos”, la vorágine de un taller del típico artista enmarcado con el adjetivo “bohemio”. Había muchas cosas: caballetes, lienzos, bastidores, cosas apiladas aquí y allá, una gran mesa de trabajo que, en la mágica y misteriosa manera del caer y salpicar la pintura, todavía dejaba entre ver que era de madera, asemejándose ella misma a una obra de arte más. Estas chispitas y chispotazos de color que vuelan en cualquier dirección y no tienen compasión al momento de aterrizar, explica el porqué del extenso plástico en el piso que protege al mismo.
Bañada por la luz natural que entra al taller a través de los grandes ventanales, Tina nos enseña cada rincón de su taller. El mueble de sus pinceles y herramientas, sus pinceles y herramientas que no están en ningún mueble, su “caos”. Pero a ella le gusta así. Nadie la obliga, nadie le impone qué puede o qué no puede hacer en su taller. Ella encuentra cada cosa. Efectivamente, al observar con más cuidado, me doy cuenta que hay un orden en medio del desorden: el área de los bastidores, el de las obras terminadas, el de los productos de limpieza de sus pinceles, la zona oficial donde sus pinceles se alinean en formación, el lugar donde reposa su máquina para hacer grabados, cubierto casi cariñosamente con una manta. Pero su mesa de trabajo es el centro de la galaxia, es allí donde converge todo.
Tina es una mujer de más de sesenta años, de cabello blanco, ojos grises de mirada profunda y escrutadora. Su inteligencia se perfila en cada palabra. Es recia y de temple, “no tiene pelos en la lengua” para evidenciar su indignación cuando a la gente no le gusta leer e investigar para formarse. Ella maneja ampliamente la lengua de señas americana (ASL) y muy poco la lengua de señas colombiana (LSC). Así que, prácticamente no usa las señas para comunicarse. Pero ella tiene un as bajo la manga: es “oralizada”; este término informal se refiere a las personas sordas que conocen la estructura vocal de las palabras. Así que ella habla todo el tiempo. A veces, no es fácil entenderle. Pero se hace entender.
En las paredes de su taller, cuelgan algunas de sus obras que revelan la sensibilidad artística de esta mujer de más de sesenta años. Son obras conceptuales, que brotan del conocimiento de sí misma, pero también de la herencia intelectual de otros artistas, como Vincent van Gogh. Con sus ojos escrutadores presta atención a mis preguntas, leyendo mis labios, pero usando su desarrollada vista periférica, porque en ningún momento me arrancaba la mirada de los ojos. Mis preguntas son una combinación de lengua de señas colombiana y vocalización de las palabras.
Me explica cómo maneja la acuarela y los aspectos que la convierten en una técnica difícil de manejar. Incluso hace una demostración aplicando pintura en un recipiente y luego en un lienzo virgen. Me ayuda a entender cómo se las ingenia para vender sus obras: simplemente estampa su creatividad en los lienzos y punto. “Al que le guste, que le guste. Yo no va echar “perfume” en estas para convencer a nadie”. Con “perfume” se refiere a lo que hacen otros artistas: hablar mucho para darle trascendencia a su trabajo y que este luzca más impresionante de lo que en verdad es. Pero detrás de su trabajo hay mucha investigación. Es una gran lectora desde mucho antes del internet, cuando para leer un libro había que ir a las bibliotecas.
Y he allí, una de las maneras como esta artista sorda se ha abierto paso en este mundo tan reñido del arte: Con mucho coraje y pocas palabras. Eso sí, con mucho talento y formación personal.
Por otro lado, hacia el occidente de la ciudad, en el barrio Minuto de Dios, cerca de la universidad con el mismo nombre y en medio del bullicio de los universitarios al atardecer, encontré en medio de las laberínticas callecitas de este barrio, la casa de Abelardo Parra, un artesano que trabaja la madera seca y las piedras para darles vida con sus herramientas. Este hombre de aproximadamente sesenta años nos recibió a la entrada de su casa con una sonrisa afectuosa. Me indicó dónde parquear la moto y nos invitó a entrar justo en el momento en que reiniciaba una nueva oleada de paramillo santafereño.
Abelardo se expresa y comunica únicamente con la lengua de señas. Refuerza las palabras que brotan de sus manos con los gestos faciales que acentúa con su amplia boca enmarcada por las marcas que han dejado generosos surcos en su piel. Su nariz aguileña le confiere un semblante más rudo después de haber zarpado de en medio de sus ojos rasgados y entrecerrados que no esconden su ancestral origen indígena.
En el interior de su casa nos encontramos que ha dispuesto parte de sus obras en la sala, para que cual museo, nos extasiemos con las maravillas que han salido de sus manos y definitivamente esas obras también hablan por él.
Dentro de su repertorio artístico se evidencian varias temáticas, como lo autóctono, que incluye imágenes sobre la vida de los indígenas, figuras de gran contenido religioso, autorretratos y, ante todo, obras que exaltan la cultura de los sordos. Se hace evidente su delicadeza en los detalles. Observa y copia con exactitud los elementos de la vida real manteniendo un estilo en el que las figuras humanas se compactan o acortan, lo cual incide en que los rasgos y atributos de la figura se concentren en un área de trabajo más pequeño, como el orfebre que trabaja en una minúscula pieza de metal.
Estamos tan admirados por sus destrezas que no sabemos por dónde empezar, y estoy a punto de mover mis manos para hacer la primera pregunta, cuando saca un voluminoso álbum de fotos. Es tan grande que hay que brindarle un espacio en el sofá y eso que aún no lo ha abierto. Cuando lo abre con la solemnidad y el orgullo con la que un Cóndor andino abre sus alas, allí ante nosotros hay un material fotográfico maravilloso. El mismo Abelardo en sus días juveniles, en fotos a blanco y negro desde 1975. En unas se observa mostrando su obra al que había sido presidente de Colombia, el doctor Carlos Lleras Restrepo. Otras, el trabajo en su taller y muchas más, de obras de escultura realizadas en el transcurso del tiempo. Explicaba cada foto, contextualizaba, no escatimaba en detalles. Cada foto tiene una historia muy preciada para él.
Entre respuestas a nuestras preguntas y su espontáneo diálogo en señas, nos cuenta lo difícil que ha sido dedicarse al arte. Para sus exposiciones ha sido necesario el apoyo de un intérprete, igualmente para negociar la venta de su trabajo. Muchas veces ha estado en una condición de gran desventaja debido a que, entre un grupo de personas oyentes, no sabe qué se está diciendo. En su álbum nos muestra una escultura en piedra que se le solicitó por encargo y se exhibe en la Universidad de Gallaudet, en los Estados Unidos; una universidad exclusivamente para personas sordas. Él se siente muy orgulloso de representar a Colombia y que su obra se haya valorado en los Estados Unidos, país en el que vivió cinco años. Sin embargo, hay otras situaciones que lo han desconcertado mucho, como el encargo que le hicieron los sacerdotes de la Universidad Minuto de Dios, en el cual trabajó durante dos años con la piedra, cincel en mano, trazo por trazo, de sol a sol y al final… solo un “muchas gracias, que Dios se lo pague”. Y sí, resignado… él le dejó el asunto a Dios.
Abelardo es un hombre que sonríe y ve la vida con optimismo. No ha tenido mucha educación seglar, lo cual le ha cerrado algunas puertas, como el de ser reconocido como artista. Claro, él mismo sí se considera un artista escultor. Pero en nuestro medio a él se le ve ‘solo’ como un artesano. Lo que conlleva desventajas, como el hecho de que no se le permita exponer en algunas galerías de arte, a pesar de tener un arte tan exquisitamente elaborado y una producción inagotable a lo largo del tiempo. Así que lo que le ha permitido vivir de sus manos es que al igual que Tina Samper, se ha esforzado mucho y no se ha dado por vencido.
Se siente contento de su vida y de lo que ha logrado. Aunque su arte evidencia una gran religiosidad (ha realizado muchas obras de la iconografía católica), expresa su respeto por todas las confesiones y creencias religiosas. Actualmente solo trabaja en obras cuando está aburrido, porque al ser pensionado, no tiene que preocuparse mucho de producir para comer. Vive con su familia tranquilamente y tiene un pequeño taller en su casa. Es soltero y no tiene hijos, así que son menos preocupaciones.
Ya empieza a anochecer y la llovizna ha parado una vez más. Por lo tanto, decidimos concluir la charla. Sé que debemos regresar para continuar en la elaboración de este proyecto y no queremos demorarnos innecesariamente, aunque Abelardo no para de contarnos cosas. Así que, es mejor retirarnos mientras él todavía disfruta la visita. Al salir de su casa, se asegura de darnos las indicaciones para poder salir a la vía principal a través de las laberínticas calles de su barrio. Ha sido un rato muy agradable.