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Tejidos Wayuu - Cuando el Mareiwa llama.
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Tejidos Wayuu - Cuando el Mareiwa llama, es una investigación etnográfica que revela la triste realidad que afronta la comunidad Wayuu en el municipio de La Paz Cesar, muy cerca a Valledupar. Las condiciones precarias en las que viven sumado a la problemática de la escasez agua del sector, obligan a abandonar las actividades de tejeduría artesanal.
¿Cómo logran mantener viva sus tradiciones en medio de su extrema pobreza? Este videodocumental da respuesta a ese interrogante.
Título: Tejidos Wayuu - Cuando el Mareiwa llama.
Realizado por: Eder Noriega
Duración: 12:23 minutos
Lugar: La Paz - Cesar
Año: 2020
Cada vez que voy desde mi pueblo La Paz al departamento de la Guajira, debo pasar obligatoriamente por todo el frente del cerrito; una pequeña montaña sin mayores pretensiones, erosionada por la mano del hombre. Es aquí cuando volteo mi mirada a la izquierda, al barrio 19 de Mayo y percibo de inmediato las ruinas del resguardo de los indígenas Yukpas, una edificación abandonada, derruida y taponada su entrada con basura y las raíces de un árbol de caucho.
Unos cien metros más adelante inicia el asentamiento de la etnia Wayuu, los “Tejedores Araña”. Gladis Ipuana, quien está de visita, me recibe con un saludo muy particular sin abrir su boca. Levanta el brazo derecho con un par de guaireñas colgando entre sus dedos para tratar de ocultar la triste realidad que se encuentra a sus espaldas: pobreza extrema.
Este asentamiento está conformado por unas veinte familias aproximadamente, hacinadas en condiciones precarias porque nunca han logrado que el Estado les reconozca aquella zona como un resguardo oficial Wayuu, razón por la cual, a diferencia del departamento de la Guajira donde sí poseen dicho reconocimiento y recursos financieros tanto para su bienestar como para ejercer labores de tejeduría, aquí, lastimosamente tienen que sufrir las penurias que uno menos se imagina y sacar de su propio bolsillo la insuficiente financiación para la alimentación diaria y la compra de insumos para sus labores artesanales.
La rutina diaria de la tejeduría wayuu del municipio de La Paz comienza por lo general a las 6:00 a.m., en medio de una guerra psicológica que parece convertirse en un monstruo que les arranca la fuerza de voluntad cultural y el silencio negro de la pobreza extrema. Emilia se recuesta como de costumbre en su chinchorro para continuar tejiendo mochilas con la técnica del crochet… Mientras tanto la señora Rosario teje las fajas de las mochilas con la técnica del paleteado… Hugo coopera con el montaje de un telar que en un futuro cercano se convertirá en un excelso chinchorro.
Wilson comienza un poco más tarde la fabricación de guaireñas…
De pronto la concentración del trabajo es interrumpida por discusiones familiares, motivadas por la carencia de alimentos. Emilia pone el grito en el cielo con su acostumbrada cantaleta de que no hay dinero para la comida del día y es cierto, en la desorganizada cocina no se ve ni un bastimento, solo hay un tanque de hierro, con tres bloques de piedras en su interior que conforman un fogón, una mesa hecha con una pila de ladrillos, un cuero de vaca y sacos viejos extendidos sobre tablas y lo más curioso, un perro que asoma su cabeza y permanece oculto detrás del tanque como si me estuviera expiando. En su mirada miel se conjuga todo el sufrimiento de esta etnia y se visiona un futuro negro para sus tradiciones culturales y espirituales.
Hugo observa a Emilia y en total silencio se le acerca, saca unas monedas de su bolsillo y le pone a su lado $2000 para que haga el desayuno y el almuerzo. Entre tanto los niños que están a punto de irse para el colegio, se comen un poco de yuca con queso que ha quedado de la noche anterior y la tragan feliz a punta de agua y saliva. Luego, Hugo deja de hacer el chichorro, toma una pimpina y se dirige trescientos metros al sur a coger agua; en este instante es más imperioso el preciado líquido que miles de años de cultura artesanal. En el camino piensa en toda su familia y recuerda que el territorio que está pisando no está reconocido por el Estado colombiano como resguardo indígena, por tanto se siente impotente sin saber qué hacer.
Cuando llega el agua hasta las mascotas de la familia se alegran y se unen para acompañar las labores de tejeduría como si fuera una norma que deben cumplir.
11:00 a.m.
La señora Rosario y una de sus hijas que está de visita; se sienten regocijadas en su labor de tejeduría. Solo desayunaron yuca con un poco de queso y agua. Están débiles físicamente, pero mental y espiritualmente están fuertes porque el Mareiwa las llama a cada momento. Ni siquiera les importa el almuerzo que deben hacer; para ellas es más importante el tejido que la comida.
Sin embargo vuelve y juega la pesadilla rutinaria de cada día…
Dos días después…
Emilia saca fuerzas de donde no tiene, se recuesta un rato meditabunda sobre su chinchorro y recuerda a su Mareiwa, a su creador, simbolizado en cada tejido Wayuu con una cruz.
Con lágrimas en sus ojos comienza a tejer y la araña de la esperanza revive el verdadero linaje que lleva dentro. Teje y teje sin control durante todo el día, incluso se le olvida que debe almorzar. Cae la tarde y sigue tejiendo. Cae la noche y se acuesta cansada, pero está feliz. El Mareiwa lo ha hecho todo por ella y su familia. Le ha dado las fuerzas para sostenerse en pie y mantener viva una tradición en medio de la pobreza, del abandono del Estado, del aculturamiento que permea sus tradiciones y golpea fuerte para derribarlos entre el polvo de la humillación y la prueba; nada más placentero y reconfortante en ese momento que seguir sintiendo el llamado de Mareiwa, el todo para Emilia y toda su familia.