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Un pueblo pintado con manos de Mujer

El Carmen de Viboral es un pueblo con nombre de mujer y su historia está pintada a mano con manos de mujer; es un pueblito frío de unos 60mil habitantes enterrado en las montañas del Oriente Antioqueño, en las estribaciones de la cordillera central colombiana. Un pueblito que está parado sobre arcilla, agua & caolín, ingredientes fundamentales para hacer cerámica y que llamaron la atención del señor Eliseo Pareja hace 114 años para atraerlo hasta esta tierra arcillosa y dar inicio así a la historia de la industria cerámica, una historia de ensayos y errores, de descubrimientos y misterios empíricos en el que este oficio ha muerto y ha resucitado varias veces.

La cerámica del Carmen de Viboral es reconocida a nivel nacional e internacional por la producción de loza decorada a mano con motivos florales de colores, la técnica de decoración que utilizan es el bajoesmalte que consiste en aplicar pigmentos sobre una pieza previamente cocida que se decora con pincel y esponja y luego se cubre esta decoración con esmalte transparente brillante para que la decoración quede por debajo, tomando de ahí su nombre.

La historia de la cerámica en El Carmen de Viboral corre en dos vías distintas, una, la del desarrollo industrial inherente al devenir del oficio cerámico, en el que son los hombres quienes estuvieron como protagonistas y otra, la que tiene que ver con la historia de la decoración, en la que fueron y son las mujeres, quienes dieron origen a una manera de hacer y nombrar la cerámica carmelitana. Si bien las mujeres se vinculan a la decoración cerámica en los años 40, es sólo hasta la década de los 60 cuando las decoraciones empiezan a ser nombradas con los nombres de las mujeres que las fueron aprendiendo, es así como la decoración a la que se le llamaba 011, pasó a llamarse Florelba, por haber sido ella, la mujer que la aprendió a hacer, y fue a partir de ese momento que la cerámica empezó a llamarse con nombre de mujer. Las manos de las mujeres pintando flores sobre platos blancos, dieron origen a lo que el maestro José Ignacio Vélez llama la Iconografía Carmelitana, que no es más que la apropiación del paisaje y de las flores del entorno carmelitano, que dio origen a toda una estética que constituye el sustento anímico de este oficio artesanal en el que el papel trascendental de las mujeres, ha sido invisibilizado.

Título: Un pueblo pintado con manos de Mujer

Realizadora:  Natalia Calao

Duración: 11:14 minutos

Lugar: El Carmen de Viboral. Antioquia

Año: 2020

La mayoría de las decoradoras comenzaron a trabajar en las fábricas siendo aún niñas, desde los once o doce años ya realizaban oficios y conocieron el mundo de la cerámica. Mujeres como Marleny, Bibiana, Consuelo o Flor, se dedican ocho horas de su día, cinco veces a la semana, a reproducir una y otra vez la misma decoración, en medio de un ambiente a veces silencioso y a veces acompañado por una radio prendida que cada tanto da la hora para marcar el paso del tiempo; sus vidas se escurren entre pilas de platos blancos que pincelada tras pincelada se van llenando de color, haciendo que cada una de esas piezas “sea bella y merezca recibir el fuego”.

Para las mujeres decoradoras que trabajan en los talleres, la cerámica es tradición, alimento & sustento, sus días comienzan a las cuatro y media de la mañana, hora en la que se levantan a dejar todo listo en sus casas para poder estar a las seis en punto en la puerta del taller de cerámica. Al entrar al taller cada una se acerca a su mesa, revisa los pedidos que tiene que hacer y con movimientos suaves pero seguros golpean los platos en bizcocho elegidos para decorar, y así comprobar su timbre, limpian toda la mesa con un trapito o una escobita pequeña y se sientan a llenar de color cada uno de esos platos que van pasando de ser blancos inmaculados a convertirse en verdaderos jardines coloridos. Sus puestos de trabajo se convierten en su territorio, habitado y creado por ellas y para ellas, lleno de pinceles que han sido motilados y modificados para que obedezcan a su voluntad, elaborados por ellas mismas incluso con su propio cabello. “el pincel es la mitad y una es la otra mitad”. Flor Quintero, dice que para ella ser decoradora significa, no haber pasado la vida en vano, es como dejar una huella que perpetúe su existencia como guardianas de la tradición, de la construcción de identidad y de memoria, y dice esto mientras decora un plato con una pinta llamada “Flora”, una decoración creada por ella.

© 2019 by Uliana Molano

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