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LA ISLA ACRACIA
Título: La Isla Acracia
Realizador: Juan Diego Rivera
Duración: 10:05 minutos
Lugar: Bogotá D.C.
Año: 2020
LA ISLA ACRACIA
o cómo esculpir utopías.
En el taller, o tal como anuncia el letrero de la puerta “la sala de partos”, se encuentra Iván Darío, un hombre alto, de barba larga y blanca, y cabello largo y blanco -casi como la imagen icónica de Dios- junto a Martica, su ayudante, quien sostiene con todas sus fuerzas un gran bloque de yeso rosado mientras Iván, con fuerza titánica golpea una y otra vez. Martica asoma un ojo por la abertura del yeso y exclama - ¡Ya está naciendo! - se rompe el silencio que contempla el tortuoso parto y los tres reímos a carcajadas. Iván se seca la frente y suspira.
- ¡Vamos que en esta sale! - le dice a Martica.
Finalmente, tras un centenar de golpes milimétricamente dados, se abre como un cascarón y con fuerza y delicadeza, como si de un humano se tratase, Iván extrae al nuevo integrante del teatro. Como un padre orgulloso me presenta a su creación. Tras un año de largo trabajo se evidencia la emoción de ver nacer un nuevo títere, una nueva obra. Pese a las imposibilidades de hacer arte en Colombia, nuevamente Iván se reafirma, con la dureza del yeso y la longevidad de sus creaciones, tras más de cuarenta años de carrera artística.
Sentado sobre una mesa larga, iluminada por dos ventanas a ambos extremos de la habitación, Iván coloca sobre la mesa ya despejada a sus nuevas creaciones, al ritmo de Ketil Bjornstad recorta las figuras en látex recién salidas. Martica le ayuda a pulir los bordes con unas tijeras y ambos le dan pacientemente forma a las cabezas, cuerpos y manos de cada personaje. Es tal como lo describe Iván, un trabajo “de filigrana”.
El taller es un espacio que guarda todo el misticismo y la magia del arte de los títeres, cuidadosamente organizado. Iván guarda y conoce meticulosamente cada cajón y herramienta. Son más de cuarenta años que reposan en los estantes, entre los que en medio del ímpetu del nacimiento de los nuevos títeres, se guardan cada una de las obras que él ha creado. Tal como un padre guardaría las fotos, los dibujos, los dientes de leche y los recuerdos más valiosos de su hijo, Iván tiene los moldes, los materiales originales, la escenografía y utilería de cada obra, la mayoría aún activas y otras, - muy pocas, - completamente guardadas.
Estamos sentados tomando un café e Iván continúa su labor, mientras habla, bebe y guía a Marta para que lo ayude, hace su propio trabajo. A medida que pasa el tiempo, el taller se transforma lentamente, como si se viviese una danza constante, la luz y la sombra recorre cada rincón y en su decenso, pareciese que el final del ocaso se moviera al ritmo de la música. ¿cuál música? Todo tipo de música. El taller de Iván me produce la misma sensación que la antigua casa de mi abuela. Cada rincón, cada mueble antiguo, cajón, o habitación con candado me producía una extraña fascinación, como si detrás de cualquier puerta o grieta fuese a aparecer un aleph a través del cual pudiese encontrar un universo entero, solo que en este caso nada está vedado y todo conduce a una nueva historia.
En varios momentos se van y vienen al taller varias personas que trabajan junto a Iván. Resulta creíble ver que tanto trabajo tiene un equipo detrás que hace de este un arte colectivo, cada persona que llega toma una parte o trae algún avance para la obra. Así, llegan partes pintadas o vestidas, mientras en un proceso en cadena se ve nacer un proyecto entro. Alrededor de todo este espacio y trabajo surge una pregunta fundamental: ¿cómo es posible mantener este ritmo y nivel de trabajo durante tanto tiempo? Quizá más allá de los horarios extendidos de trabajo y las constantes funciones hay un espíritu, una necesidad de crear que parece inagotable.
Al final de la jornada, un par de horas después del atardecer, Iván organiza su espacio de trabajo y acomoda lo que le espera al día siguiente, se alista y saca de su mochila una libreta que me enseña en la que tiene una serie de anotaciones y un esbozo de guión. Me pregunta si lo quiero escuchar, pregunta a la que que por supuesto contesto afirmativamente. Su nuevo guión narra como siempre una historia que mezcla el humor, la tristeza y la condición humana frente a la naturaleza y la libertad. Justo al final de esta historia ya se desarrolla otra idea nueva, que avanza más lentamente, pero que junto al otro guión prometen más creaciones de La Libélula por el próximo lustro.
Aunque parezca increíble, esa fuerza creativa impulsa contra viento y marea un teatro que es fundamental no sólo en términos culturales sino históricos y políticos. Pese a que toma mucho tiempo adentrarse en el universo creado por Iván Darío, una cosa es clara: su capacidad creativa desborda las posibilidades productivas, pero esto solo nos asegura que mientras La Libélula permanezca en pie, Iván mantendrá una obra constante, un ímpetu creativo que seguirá brindándole una utopía a todas las generaciones, ya que en estas obras está nuestra historia, nuestra cultura y los anhelos de una sociedad violenta. Los títeres de la Libélula, llenos de humor y risa, son una brecha hacia la libertad, una barricada que resiste al horror del poder y sus verdugos.