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Artesanía contemporánea y ciudad

Voy en un taxi pensando que algo tienen estos barrios cambiantes de Bogotá. Mientras esperamos que el tráfico afloje porque los semáforos no funcionan, empiezan a aparecer las casas donde ya no vive gente. Me quedo en una esquina entre talleres de mecánica y letreros que anuncian que se arreglan frenos. Timbro en una fría puerta de garaje negra, y recuerdo la vez que conocí este lugar. Venía a una clase de cerámica para adultos, que encontré al estar buscando diseñadores o artesanos que utilizaran la biodiversidad de Colombia como fuente de inspiración. Sale Duka al encuentro, una perrita criolla que supervisa el trabajo en el taller de Dukao. En seguida sale él, Diego Duque, con su overol negro y sus gafas, a saludar sonrientemente y dejarme pasar a su taller. 

Diego tiene formación como diseñador gráfico, y trabajó como publicista hasta que se cansó del medio y decidió probar nuevos oficios. Su taller consta del espacio del horno en el garaje, la tienda en el salón de estar, y el taller de cerámica en lo que antes debió ser la cocina y el patio de ropas de esa casa. Mientras hablamos me muestra su último producto, un butaco de madera con cara de gato que diseñó y realizó en una clase de carpintería que está tomando. Le pregunto por ese interés en aprender un oficio y me cuenta que todo inició por un deseo inmenso de hacer esculturas. Probó con resina epóxica antes de encontrar la cerámica, y una vez empezó a probar la cerámica y su versatilidad, siguió explorando y aprendiendo de manera autónoma. Seguimos hablando mientras él dibuja los cortes de madera para hacer más butacos, y me permite explorar lo que se está secando en el taller y lo expuesto en la tienda. 

Título: Manos Maestras - Artesanía contemporánea y ciudad

Realizador: Atenea Camacho

Duración: 11:00

Lugar: Bogotá, Colombia

Año: 2019

Mis ojos examinan las estanterías con guacamayas, ranas, caimanes y osos que se convierten en macetas, saleros y pocillos. En la mesa se están secando los moldes de osos para una nueva colaboración que inició Dukao con ilustradores cercanos a él, para que intervinieran al Oso Chocolatoso su producto estrella. En una esquina reposan los mosaicos con los que estaba explorando nuevas posibilidades, y que expuso en una galería del barrio San Felipe. Duka me observa como si fuera la anfitriona de la sala de ventas, y Diego me explica que todas sus ventas son directas, ya que al trabajar solo no tiene tiempo para el desgaste administrativo de trabajar con tiendas. Todo lo hace a través de redes sociales y voz a voz, incluyendo los talleres de cerámica que intenta hacer una vez al mes para ofrecer un espacio de esparcimiento y a la vez una entrada adicional de ingresos. 


Diego es práctico, y su enfoque al oficio de la cerámica lo demuestra. Busca utilizar materias primas que consiga fácilmente en la ciudad, aprender con la información que está disponible, y generar productos para los que pueda crear moldes y producir de una manera más efectiva, aunque nunca en masa. Diego me cuenta de los problemas con los que se ha encontrado en su iniciativa por trabajar con otros artistas y con otros espacios, pues es difícil armonizar ritmos, tiempos y prioridades, y entiendo la complejidad de incluir tiempo para negociaciones en su flujo de trabajo. Me despido de Diego y de Duka para que puedan continuar con la producción del día, con el antojo de llevarme alguno de los osos ilustrados cuando salga la serie.  
Al día siguiente el tráfico está más suave, los semáforos funcionan, aunque esta vez voy al otro lado de la Avenida Norte Quito Sur, al barrio San Miguel. Serpenteando entre edificios y rutas de colegio, llego a la puerta de una casa grande y me pregunto si será como la de ayer, o seguirá siendo una casa de familia. Aquí me recibe un gato y me abre la puerta Liliana, cuyo trabajo conocí en una pequeña feria de emprendimiento y me recibe con un overol rojo y una gran sonrisa. Subimos al altillo de la casa, y ella me explica que es una casa familiar donde arrienda el último piso. A Liliana no la conocía de antes, por lo que nos sentamos primero a presentarnos y afianzar un vínculo de confianza.


El taller de Liliana cuenta con los mismos espacios que el de Diego, el horno está en el patio de ropas y cuenta con un cuarto de bodega y otro de trabajo donde me muestra su torno, algunos minerales y las arcillas. Nos sentamos y en seguida empiezan a salir a flote ciertas coincidencias curiosas entre Diego y Liliana. Liliana también trabajaba en el medio de la publicidad, y también huyó de ese mundo por un deseo de salir del mundo digital y hacer cosas con sus manos. Liliana ama hacer productos utilitarios, ya que siente que quienes los adquieren tienen un vínculo muy especial con el objeto a través de su uso. Su formación fue un poco más metódica al principio, pues hizo un curso libre en la Universidad Nacional y trabajó en una fábrica de cerámica por un par de años, hasta que decidió montar su propio taller. Me cuenta que a partir de estas experiencias ha generado una red de proveedores y personas que le ayudan a guiar su trabajo. Habla con pasión sobre su oficio, explicando de una manera magnética sus procesos, sus experimentos y sus proyectos. 


Misspex, que es el nombre de su marca, se inspira en la imaginación de su creadora: sus sueños, la vida, la muerte, el espacio y la naturaleza. Liliana me cuenta de los encargos que ha realizado para restaurantes a los que les ha gustado su propuesta estética, y charlamos sobre la relación entre su experiencia como publicista y los procesos con los que diseña estos encargos especiales para clientes tan importantes como Leonor Espinosa. Pasamos a la bodega donde me muestra uno a uno los productos que tiene como muestra, encargos por entregar y aquellos que están en proceso. Sus experimentos, que son el resultado de una investigación concienzuda de las técnicas asociadas a lo que quiere hacer, y el producto final da muestra del nivel de involucramiento que ella invierte en el proceso. También me muestra los objetos que están realizando sus estudiantes, y me dice que ella sólo les enseña a principiantes, porque no siente que tenga la experiencia necesaria para enseñar en un nivel de mayor dificultad.


Mientras hablamos Liliana desmolda las piezas que estaban secando. Corazones y extraterrestres que se vuelven materas, jarrones y vasos. Ella tiene pocos moldes de estas piezas, pero poco a poco va completando su producción. En el horno se están esmaltando más platos del encargo de Leonor, y Liliana anota cada hora el comportamiento del horno para completar un proceso casi científico que le permita llegar a resultados similares a los de una producción previa. Me despido de Liliana para dejarla trabajar, y esta vez me voy no solo con ganas de llevarme alguno de sus bellísimos objetos, sino también de poner mis manos en el barro y empezar a explorar.

© 2019 by Uliana Molano

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